Texto de Andy Waterman
El running es un deporte en el que los atletas suelen mantenerse en su rol. En ciclismo no es extraño ver a un corredor disputar tres semanas el Tour de Francia y, menos de un mes después, ganar el oro olímpico en la persecución de 4000 m en el velódromo. En atletismo, tener “rango” significa ser competitivo en 1500 m y 5000 m. Atletas como Sifan Hassan, capaces en una sola temporada de registrar tiempos de clase mundial desde la milla hasta el maratón, son una rareza. Para la mayoría de élites, las exigencias de una sola prueba son suficientes.
Así fue para Ben Blankenship. Durante la mayor parte de su carrera profesional se mantuvo en su especialidad, ganándose la vida como milero, compitiendo en medio fondo por todo el mundo y representando a EE. UU. en los Juegos Olímpicos de 2016. Pero la COVID lo cambió todo. La tecnología avanzó, los tiempos se hicieron más rápidos y constantes, y la gente cuestionó su rumbo vital. Eso le ocurrió a Blankenship. Primero se preparó para un maratón con el objetivo de clasificarse para las pruebas olímpicas de 2024. Cuando lo logró, con 2:16 en el McKirdy Micro Marathon de 2023, decidió no quedarse en su carril; al contrario, siguió avanzando, corriendo distancias cada vez mayores y aplicando todo lo aprendido como profesional de pista a su nueva vida de ‘dirtbag’ ultracorredor.

«De niño era un poco raro», cuenta Blankenship, de 35 años, hoy residente en Eugene, Oregón. «Nos acabábamos de mudar y mi futuro entrenador de instituto organizó unas carreras populares para la comunidad. Fue mi primer contacto real con la pista. Fue terrible. No quise repetir la experiencia en mucho tiempo».
Como muchos adolescentes estadounidenses, volvió al atletismo porque su instituto tenía un programa exitoso. «Era algo que se hacía», dice, «y fue lo primero en lo que destacaba».
El éxito en secundaria lo llevó a la Universidad Estatal de Misisipi, y luego a la Universidad de Minnesota, donde se convirtió en el primer Golden Gopher en bajar de 4 minutos en la milla (3:57 en el Washington Qualifier indoor de 2010).
«La NCAA es un gran complejo industrial», comenta. «Nunca lo busqué: no tenía plazos ni ambición clara; solo me alimentaba la competición. Siempre me crecía ante el reto y eso me fascinaba. Esto me ha tenido atrapado mucho tiempo».
Tras la universidad y un parón competitivo, Blankenship llegó a Eugene para entrenar con el Oregon Track Club. Allí se asentó y alcanzó su mejor forma, batiendo sus marcas de milla y 1500 m en 2015 y 2016 y quedando tercero en las trials olímpicas, lo que le dio plaza en los 1500 m de Río. ¿Qué se siente al salir a una pista ante 80 000 personas con todas las miradas en tu carrera? «Solo estás en escena unos minutos. En ese rato puedes ser quien quieras. Siempre supe disociarme: en pista no tenía que ser el Soso Ben. Cuando entré en el ultra, descubrí que es difícil interpretar un personaje: estás ahí demasiado tiempo y hay demasiados momentos de vulnerabilidad».
Esa vulnerabilidad es, para él, la gran diferencia entre pista y ultra: «No sé si se parecen en algo más que en correr. En el ultra las posibilidades son ilimitadas comparadas con la pista».

La pandemia de 2020 le pasó factura, como a muchos atletas. «Para mantener mi nivel debía estar siempre al 100 %. Siempre faltaban 9‑10 meses para el siguiente campeonato. Cuando llegó la COVID, me obligó a parar. Nunca había pensado en nada que no fuera correr y descubrí que me había hecho mayor y más lento. Surgió la oportunidad de ir más lejos y la aproveché, pensando que podía reinventarme».
Ese proceso lo llevó al maratón, a las 100 millas y, ahora, tras un par de años de ultra, a bajar distancias en un reto que llama «The Great Descent». «Sentí que podía hacer lo que quisiera. Se me ocurrió correr 100 millas y, en seis meses, bajar de 4 minutos en la milla. Entre medias, dividir cada distancia a la mitad: 100, 50, maratón, medio maratón y milla. Me salto algunas al final, pero quiero ser lo más competitivo posible en esos seis meses».
Ser «competitivo» no se olvida. Hasta ahora ha sido tercero en el Hood Hundred y segundo en las 50 millas Grand Traverse a gran altitud. «Fue una de las pruebas más duras que he hecho. La altura me machacó», admite, antes de añadir: «Pero fue divertidísimo».

Su próximo objetivo es el California International Marathon en Sacramento, el 8 de diciembre. «Sabía que sería el punto de inflexión del Great Descent», comenta. «Pasé de más fuerza a más velocidad. ¿Qué tan eficiente puedo ser al ritmo de maratón? Cada vez intento reprogramarme».
¿Cómo afecta su bagaje de velocidad a su entrenamiento y competición actuales? «Creo que ayuda», dice. «Siempre, cueste lo que cueste, hay que correr rápido. Pienso mucho en la mecánica desde el suelo: cómo interactúa el pie con la superficie. El trabajo de velocidad me ayuda a recuperar, moverme eficiente y estructurar mejor los entrenos».
Esta conversación sobre mecánica nos lleva, inevitablemente, al calzado. En verano de 2024, tras una carrera con una de las grandes marcas, Blankenship fichó por Mount to Coast. ¿Qué busca en unas zapatillas alguien de su calibre e inquietud? «Quería un modelo del que pudiera exprimirlo todo», explica. «Uno que me recordara mis inicios, cuando me ponía un par y hacía todo con él. Estaba harto de cargar varios pares para tres cosas distintas. Probé las R1 muy pronto y empecé a meter kilómetros, series, trail… Siempre volvía a ellas. Les hice 800 millas y me sorprendió: me convencieron de verdad. Son reactivas y permiten que el pie trabaje, y eso me encanta. Hay cierto romanticismo en reventar un par, guardarlo en el garaje y, al verlo, pensar: ‘ese fue todo un ciclo de entrenamiento’.»
Creemos que Ben y las R1 forman un gran equipo y pronto presentaremos nuevos miembros de esa familia. Puedes seguir sus aventuras en Instagram y Strava, donde comparte todos sus entrenos y carreras.
Descubre más sobre Ben Blankenship escuchando el pódcast completo.